Las cosas seguían mal. Todo apuntaba que iba a ser muy, muy difícil, escapar de su pasado.
Aquella noche no conseguía conciliar el sueño, así que abrió el cajón, ya sabía qué guardaba.
Sacó un par de las decenas de cartas; no pudo leer; cerró el cajón con tanta fuerza que se oyó cómo del golpe se desquebrajaron los tacos que encajaban con el mueble.
Las lágrimas cayeron en cascada. ¿Por qué le dolía tanto su pasado? Debía enfrentarse a él tarde o temprano, esa cobardía estaba durando demasiado, era hora de leer.
Apretó el botón de su pasado. Ya no había marcha atrás.
Siempre se repetían los mismos versos
Siempre se repetían.
La Luna lucía y yo quería oler la primavera.
Pero entera un sol de invierno la metía
en su caja de madera.

F. K