
Admito haber sentido siempre el miedo
que nunca amanecer ver me ha dejado;
admito, por lo cual, que del tejado
no caigo ni siquiera estando pedo.
Admito haber perdido la noción
del encuentro primero que buscaba;
admito, por lo tanto, que le daba
el último suspiro al corazón.
Admito que tu amor me importa un bledo
y a pesar de no irme de tu lado
que fueras a irte tú no me esperaba.
Admito, por lo tanto, que el pecado
salvó todo lo que más me importaba
a cambio de perder yo la razón.
La Herida del Pecado
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