SOLEDAD DEL ALMA

La flor delicada, que apenas existe una aurora, tal vez largo tiempo al ambiente le deja su olor... Mas, ¡ay!, que del alma las flores, que un día atesora, muriendo marchitas no dejan perfume en redor. La luz esplendente del astro fecundo del día se apaga, y sus huellas aun forman hermoso arrebol... Mas, ¡ay!, cuando al alma le llega su noche sombría, ¿qué guarda del fuego sagrado que ha sido su sol? Se rompe, gastada, la cuerda del arpa armoniosa, y aun su eco difunde en los aires fugaz vibración... Mas todo es silencio profundo, de muerte espantosa, si da un pecho amante el postrero tristísimo son... Mas nada: ni noche, ni aurora, ni tarde indecisa cambian del alma desierta la lúgubre faz... A ella no llegan crepúsculo, aroma, ni brisa..., a ella no brindan las sombras ensueños de paz.

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Gertrudis Gómez de Avellaneda nació en Puerto Príncipe (Cuba) el 23 de marzo de 1814, hija de padre español y madre cubana, falleciendo en España en el año 1873. Bretón dijo de ella: “Es mucho hombre, esta mujer”.
Vista los campos de flores gentil primavera, doren las mieses los besos del cielo estival, pámpanos ornen de otoño la faz placentera, lance el invierno brumoso su aliento glacial, siempre perdidas, vagando en su estéril desierto, siempre abrumadas del peso de vil nulidad, gimen las almas do el fuego de amor está muerto... Nada hay que pueble o anime su gran soledad. Gómez de Avellaneda, 1814-1873

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