LITERARIOS
Son muchos los escritores que tras la Primera Guerra Mundial nos han dejado testimonios literarios de lo que fueron aquellos años veinte. En Europa Marcel Proust, En busca busca del tiempo perdido, y James Joyce, Ulises, ofrecen acontecimientos de la vida diaria que nos permiten apreciar la circunstancia general por la que este Continente pasaba en esos años de la posguerra.
Graham Greene en Los roquedales de Brighton busca el recurso de la fe para remediar el caos que la guerra de 1914 había producido en la conciencia de los hombres. La crítica a la sociedad alegre y desenfadada de los años veinte aparece en obras como la de Bernard Shaw, El socialista insociable, o la de A. Huxley, Contrapunto. Este autor en Un mundo feliz trata de buscar el fin del dolor de la humanidad pero presentando una solución menos humana aún. La novela de Thomas Mann, Montaña mágica (1924), muestra la catástrofe sin salida a la que van a parar las grandes ilusiones de Europa.
En Estados Unidos John Dos Passos en La Iniciación, publicada en Inglaterra en 1920, narra la desilusión de su protagonista tras la primera guerra y su posterior conversión al socialismo. El mismo tema de inadaptación de los excombatientes a un sistema que ya no es valorado con la misma importancia que antes de la contienda, se trata en Tres Soldados.
En el ámbito de la novela social destaca la denuncia, a veces de un cruel realismo, de Cadwell en sus obras: La hija de Jim, Los hombres, El Camino del del Tabaco… La dificultad de sus protagonistas por por sobrevivir en un sistema basado en el monocultivo y el capitalismo salvaje son la constante de estas novelas.
La aparición de los nuevos ricos, que surgen en Estados Unidos a consecuencia del crecimiento espectacular de su economía tras la guerra, es tratado por escritores como Lewis, con gran ironía. Es interesante leer también la autobiografía de Henry Ford, en la que su filosofía del negocio permite un análisis de la vida americana del momento.
CINEMATOGRÁFICOS
El cine multiplica los filmes en esta época. Es indudable que El Nacimiento de una nación rodada el 1914 es la obra clave para comprender no sólo la necesidad norteamericana de hacerse con un pasado inmortalizado en la película, sino también del nacimiento del cine como género artístico independiente. A este mismo nivel hay que citar Lo que el viento se llevó , de Victor Fleming, que al igual que la anterior muestran las razones esclavistas del sur para mantener su guerra con el norte. En el periodo de entreguerra se aprecia también la utilización del cine como propaganda nacional, ya sea ofreciendo versiones negativas de otros países como la serie realizada en Alemania por Lubistch (Ana Bolena, Madame Dubarry) en las que se critica a Inglaterra y Francia respectivamente, o bien exaltando las propias virtudes como en la obra de Cserepy, Federicus Rex.
El cine utilizó además el surrealismo, en boga en estos momentos, para realizar una crítica a la sociedad burguesa: Un perro andaluz, de Buñuel, es un ejemplo de ello. Los norteamericanos fueron más directos en sus críticas. Así, Vidor critica la pobreza de unos frente al enriquecimiento de otros en los años veinte a través de El pan nuestro de cada día. La crítica en clave de humor la tenemos en la obra de Chaplin, Luces de la ciudad, y en la de los Hermanos Marx, Sopa de ganso, Plumas de caballo, Una noche en Casablanca…
Finalmente, la obra cinematográfica que merece ser visionada es Ciudadano Kane, de Orson Welles. En ella se hace una feroz crítica de cómo los grupos de presión económicos y de opinión (prensa) controlaban la vida norteamericana. Puede servir, además, para adelantar un análisis de las causas de la crisis de 1929.
Historia del Mundo Contemporáneo, EDITORIAL BRUÑO. Madrid.
Deja una respuesta