La cultura durante el siglo XVI
FUENTE: HISTORIA Y VIDA
AÑO VI NÚMERO 62 MAYO 1973
* Revista mensual editada por Gaceta Ilustrada, S.A.
* Impreso en los talleres de «La Vanguardia»
* Director: Ramón Cunill
En su vida de Miguel de Cervantes Saavedra, publicada en Madrid en 1819 y varias veces reimpresa, Don Martín Fernández de Navarrete, aludiendo a la batalla de Lepanto, dice: ”Recibió Cervantes en tan activa refriega tres arcabuzazos, dos de ellos en el pecho, y el tercero en la mano izquierda, que le quedó manca y estropeada.” Lo mismo o algo muy semejante, escriben otros muchos ilustres biógrafos del autor del Quijote. ¿Por qué, entonces, en El Huésped del Sevillano y alguna otra obra teatral los actores que encarnan a Cervantes salen a escena simulando que les falta el brazo? ¿Es que le cortaron dicho brazo a causa de las heridas recibidas? Creo que no. Y, por tanto, se debiera evitar el efecto deplorable de ver a Cervantes más mutilado de lo que quedó en Lepanto.
Si es que estoy en un error, les agradecería me sacaran de él.
Miguel Ortí Calvo Cuenca

El consultante está, sin duda alguna, en lo cierto. Porque, una vez asistido nuestro héroe en un Hospital de Mesina durante unos meses, Cervantes no renuncia a la emprendida carrera de las armas, y mal hubiese podido persistir en este propósito después de habérsele amputado un brazo o – al menos – una mano. Esta, la izquierda, le quedó “estropeada”, según consigna el autorizado investigador Fernández de Navarrete pero no hasta el punto de no poderse valer enteramente de ella. Si en el transcurso de los años llegó a producirse tan lamentable situación, la manquedad de Cervantes no le impidió de inmediato reincorporarse a los tercios de Italia –haciéndolo en 1572 en el que mandaba don Lope de Figueroa–ni intervenir en nuevas expediciones guerreras o de vigilancia. Primero, toma parte en las ordenadas por el duque de Alba. Luego, en 1573, es uno de los 20.000 soldados con los que don Juan de Austria se apodera de Túnez, mediante aquellas victoriosas acciones que tantos recelos y suspicacias provocaron el Felipe II. Y más tarde, a lo largo de 1574, sabemos que está en Génova –en el tercio en cuyo mando había sucedido el duque de Sessa al repatriado Figueroa– y también en Palermo y Nápoles, tras el tardío socorro a la Goleta.
Seguir leyendo..
Pese a todas estas actividades, y a su comportamiento en la batalla de Lepanto, Cervantes no alcanzó fortuna en su vocación militar. Ignoró los ascensos y hasta las más modestas distinciones honoríficas de carácter castrense. Sus famosas heridas en Lepanto solamente le valieron tres pagas extraordinarias, el sucesivo aumento de unos poquísimos ducados en su haberes mensuales y… la felicitación personal de don Juan de Austria cuando, en Mesina, visitó éste el hospital en que yaciera el animoso Miguel.+
Por otra parte tampoco se avienen las imaginadas mutilaciones con la vida azarosa y andariega que hubo de conocer Cervantes. ¿Cómo, pongamos por caso, reconocerle tan mutilado como algunos suponen, cuando reiterada e intrépidamente trata de evadirse de su cautiverio en Argel?Y aun al final de su vida, en semanas visperales de su muerte, ¿habría podido cabalgar sobre un «asno patilargo» para ir a buscar en #Esquivias una imposible mejoría de sus tremendas dolencias y… volver así a Madrid?
(…)
Debemos suponer, en definitiva, que Cervantes conservó su brazo izquierdo y hasta su mano, aunque atrofiada e inútil. Cierto es que el propio y glorioso manco, al facilitarnos el insuperable retrato de sí mismo en el prólogo de sus Novelas Ejemplares, dice textualmente del soldado que había sido: «Perdió en la batalla de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que aunque parezca fea él la tiene por hermosa por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos…»
(…)
«Allí fue herido -anota el ilustre profesor refiriéndose a Lepanto, en su estudio preliminar de una de las mejores ediciones de las Obras Completas cervantinas- , perdiendo el movimiento de la mano izquierda.» Tal fue, lo más verosímilmente posible, la manquedad de Cervantes.
Emiliano M. Aguilera